EL REY MONJE:  UN HÉROE TRÁGICO


Después de casi 900 años, la figura de Ramiro II sigue viva. Fue un rey al que le ha acompañado a lo largo de la historia la leyenda de la "Campana de Huesca". Hay que señalar que desde el siglo XIX hasta nuestros días la leyenda de la campana y los  hechos que acontecieron, son interpretados por distintos estudiosos y autores con cierta crítica u ocultamiento de aquel acto violento porque para muchos deja en mal lugar al rey Ramiro II. Otros, como un canónigo jacetano, plantea la falsedad histórica de la leyenda, incluso llega a insinuar que debía ser borrada, diciendo cosas como: “ Es una mancha en la brillante historia de los reyes de Aragón”. También el escritor Francisco Ayala en su libro los “Usurpadores” presenta a Ramiro II como un usurpador del poder con una siniestra exhibición de fuerza perturbadora, diciendo: “Un acto efectuado por un monje convertido en rey legítimo y por lo tanto, en un doble impostor.” Son interpretaciones un tanto negativas y posiblemente expuestas sin el contexto histórico necesario.

No soy un especialista en el tema, soy un compositor que se ha documentado para poder escribir un libreto para la ópera  La campana de Huesca, pero mi interpretación de este “hecho” es diametralmente opuesta. Ramiro II no es una mancha en nuestra historia, ni un usurpador,  sino todo lo contrario, es un hombre de fuerte  voluntad que dio un paso para hacerse cargo de la historia. Por lo  que podemos decir que él prefigura la imagen del héroe dispuesto a sacrificarse por salvar un Reino condenado a la desaparición por el testamento de su hermano Alfonso. 

Él fue un hombre de la iglesia hasta los 50 años, subió al trono a una edad madura, para una persona del siglo XII, y enfrentó la vida con coraje y valentía. Ramiro no era un guerrero ni conocía el mundo del poder y era consciente de que partía de una posición de extrema debilidad, y aún así asume la voluntad de  lucha sobre una realidad que  amenaza con aplastarlo. 

Aquel rey, a partir de ese momento,  se enfrenta a dos enemigos en su nueva existencia “el miedo y la angustia”.La primera reacción de miedo y supervivencia, ante la amenaza a su corona por  la insumisión de algunos nobles, fue cortarles la cabeza. Para conservar su corona tiene que matar, la guerra, aunque nos parezca horrible, se hacía así: matando a los otros. Está escrito en los códigos de la historia.

Fue un fuerte castigo y una muestra de autoridad por enfrentarse al nuevo monarca. Pero posiblemente aquel acto también significó, para su mundo interior, la luz de un nuevo poder  que se manifestaba. Pero junto a esa vivencia del poder,  se fue apoderando una inquietud y un desasosiego en su alma desconocidos para él hasta ese momento.

Aquellos asesinatos fueron un acto de extrema crueldad, como pintó Casado del Alisal en el famoso cuadro de La campana de Huesca. Muestra la dureza del destino de aquellos nobles aragoneses  con las cabezas por tierra, bañadas en su sangre por los golpes más duros de la espada, causando en nosotros una intensa visión dramática.

Pero la muerte era el funcionamiento de la vida, del ser y del acontecer de aquel mundo. Aquel acontecer, de crueldad y maldad no ha sido solamente patrimonio del reinado de Ramiro, es una constante que atraviesa toda la historia. Solo hay que mirar cómo el arte lo ha expresado:  desde las tragedias griegas, pasando por los dramas de Shakespeare, en algunas pinturas de Goya, etc.

Él tuvo una actitud de lucha y sufrimiento que iban a formar parte de su devenir y de la historia de una tierra. Es probable que en la cabeza de aquel hombre estaba la idea de que si no había una gran voluntad, ni siquiera los muertos estarían  a salvo, si el enemigo vencía. Había un choque de fuerzas en el escenario de la historia, pero la razón siempre termina siendo del que vence, y en este caso, no solamente con las armas sino con la capacidad de negociar, siendo capaz de resucitar un futuro más seguro para el reino de Aragón.

En un espacio breve de tiempo (unos tres años), Ramiro realizó un giro histórico de gran trascendencia, sólo al alcance de hombres con orgullo que se sienten redentores. Firmó un acuerdo con Castilla y Navarra y una tregua con los musulmanes del sur de Aragón.  De ese momento, el capítulo más delicado, como hombre, no como rey, fue la relación que tuvo que mantener con su nueva esposa Inés de Poitiers. Fue un matrimonio sin la sonrisa del amor.  Además él era una persona con un pasado limpio de mujer, y ahora tenía que aplicarse a las obras del amor con un cuerpo minado por la edad. Había dejado escrito:

“Tomé mujer no por la lujuria de la carne sino por la restauración de la sangre [regia] y de la estirpe”

Ahora la empresa era conseguir un heredero.  Ramiro fue de esos hombres que no admiten que el destino de las personas está escrito,  el destino lo escribe él. Y en una tibia mañana de junio, en Huesca, vio la luz una hermosa niña que llamaron Petronila. 


En el canon literario, es la muerte del héroe lo que da  densidad a la  tragedia. Pero nuestro héroe maniobró astutamente para que su muerte no tuviera un marco trágico, retirándose a San Pedro el Viejo, renunciando al poder pero no a la corona.  Esperó en silencio y soledad el final de sus días. Otra cosa es que en aquella espera, había una tragedia interior que le consumía en la hoguera del sufrimiento. Aquel hombre, recluido en sí y que siempre vivió en la espiritualidad,  se había lanzado al torbellino de los hombres provocando un desgarro en  su alma que ya no cicatrizaría 

Cuando el tañido de la  campana   le arrancaba del silencio de la noche, volvía a sentir la tirantez trágica de un ser extraviado, ante  aquellos caminos que conducen a Dios.

El personaje de Ramiro II y sus intervenciones en la historia, han dado y darán pie a múltiples interpretaciones, pero como dijo el gran filósofo alemán Friedrich Nietzsche: “ No hay hechos, sólo interpretaciones”

            Aurelio Vardaxí